Ocurre a veces que un simple acorde dejado caer al azar sobre el teclado puede funcionar como el desencadenante de una imprevisible asociación de ideas y recuerdos; hay quien llama a este momento inspiración pero, como decía Picasso, mejor que ésta te encuentre siempre trabajando. Se abre entonces el acceso a un mundo en el que es posible dejar suelta la imaginación sin temor a que el excesivo respeto a la ortodoxia entorpezca su libre vuelo. Y cabe la difícil pero estimulante posibilidad de que todo lo que fuimos y lo que conocemos llegue a fundirse, misteriosamente, con lo que hacemos en el momento.  El bagaje de la memoria se comunica a través de la palabra y de la música, y antiguas canciones cuyo origen se pierde en la niebla del tiempo, vuelven a sonar con un espíritu renovado. O, siguiendo un camino inverso, maravillosos temas escritos por autores del S. XX se encuentran a sí mismos revestidos con el aura de lo clásico, o con el exquisito artificio de lo barroco. In absentia es una experiencia sin guion fijo donde tanto cabe evocar el medievo sefardí como jugar a ser Maestro de ceremonias en un kabarett berlinés o dejarse llevar por la psicodelia californiana de los prodigiosos sesenta.